Desde Cafayate tomamos «la 40», esta vez decididos a visitar los pueblos que están a la vera de esa mítica ruta.

Son unos kilómetros bordeando verdes viñedos, hasta que comienza el ripio, pero bajando la velocidad es totalmente transitable. Comienza un paisaje distinto, alucinante, cruzamos varias quebradas, entre ellas la de Las Flechas, con sus cerros de forma particular. Nos detuvimos en el mirador «El Ventisquero». Subimos, desde su terraza lo que se ve es realmente increíble.

Llegamos hasta Angastaco (Pueblo de la aguada del alto), nos dirigimos hasta el Pueblo Viejo.  Mónica nos esperaba en su hermoso Hostal «Los Colorados». Sus galerías, sus flores, la vista de los cerros y la vieja Iglesia «María Auxiliadora» a escasos metros, casi donde termina el patio. Un  templo de paredes de adobe, con techos de caña, que  fue construido por los vecinos en la Finca de la familia Cruz. Todo ese entorno hacen de este lugar, un sitio extraordinario.

Mónica nos explica que ese lugar, que lo llaman Pueblo Viejo, fue los orígenes de Angastaco, nos cuenta la historia y nos indica lugares para visitar, entre ellos Los Colorados. Hacia allí fuimos, tomamos por una senda angosta y empezamos a meternos entre los cerros hasta llegar a un lugar donde se termina el camino.  Es imposible describir en detalle su topografía. Confiamos en que nuestras cámaras puedan reflejar una parte de esa maravilla. Es un enorme anfiteatro natural rodeado de montañas multicolores, casi al alcance de la mano, entre ellas se distinguen unas de un rojo intenso. Ahí en esa extremada soledad hay una pequeña habitación con una puerta con rejas, si uno mira a través del vidrio, ve una imagen del Cristo de la Humildad y la Paciencia, una imagen que conmueve e invita a la reflexión.

Era mediodía, por un callejón bajábamos en auto y al costado pudimos ver una casa con un cartel donde se leía «Bodeguita Que Tal», golpeamos la puerta y apareció Norma, nos invitó a pasar, su primer pregunta fue si habíamos almorzado. Aunque era más de la 1 de la tarde, estábamos tan entretenidos con todo lo que nos rodeaba, que el almuerzo había pasado a un segundo plano.

Jorge Flores, el dueño de esa bodega nos recibió con una sonrisa amplia, nos mostró la habitación donde se pisa la uva y se hace un vino en forma totalmente artesanal. Mientras nos explicaba minuciosamente todo el proceso; Norma- en minutos- había preparado una mesa con un hermoso mantel, dos platos y una enorme fuente de exquisitos ñoquis.

Después de la comida, comencé a recorrer el patio y me encontré con paredes donde Jorge deja mensajes escritos en ellas, porque él combina su producción de vinos con la poesía, si le sumamos su simpatía y su cordialidad, eso hace de esa casa, un lugar realmente especial.

El viñedo es una prolongación del patio, Jorge le pone tanta dedicación a lo que hace, que a cada botella le coloca una etiqueta, según el varietal, una etiqueta donde está escrito un pequeño poema de su autoría, creo que eso demuestra el amor profundo por su labor.

Nos cuenta que eran 8 hermanos y él de niño, no tenía cama, dormía sobre un cuerito en el suelo. Por eso ahora tiene habitaciones y 12 camas para recibir sus amigos, que según él, lo hace tan feliz, porque el amor y la amistad son las cosas más importantes en la vida.

Mientras Ezequiel tomaba imágenes y escuchaba las explicaciones de Jorge, con Norma nos sentamos en la cocina. Me cuenta de su reciente jubilación. Fue maestra; durante un largo período estuvo en una escuelita arriba en el cerro, en Pampallana, a más de 4000 metros de altura, expresa con orgullo que fue la primer maestra mujer de ese lugar. Tenían un período escolar de Agosto a Mayo por las bajas temperaturas. Con su voz pausada me dice que desde El Arremo, un paraje al sur de San Carlos (Salta), tenía 5 horas a caballo hasta la escuela, ubicada casi en el límite con Catamarca. Entre sus innumerables cantidad de anécdotas, me relata que una vez, tuvo que caminar 12 horas bajo un sol ardiente, debido a un derrumbe que había ocurrido en la montaña. Venía a San Carlos en las dos semanas de vacaciones que tenía para las fiestas de fin de año.

Me cuenta que le gusta la música, que tocaba la caja y cantaba coplas con sus alumnos del cerro.

Norma trasmite paz, vamos a ver su huerta, caminamos entre parrales con racimos enormes, que esperan madurar y transformarse en exquisitos vinos.

Luego me llevó a una habitación donde envuelta con una tela blanca estaba el vestido y el manto para la Virgen del Valle, que estaba confeccionando para que luciera en su día, en la procesión del 2 de Diciembre. Era una tela bordada de piedras, que apenas rozaba con sus dedos, con respeto y admiración.

Nos despedimos, con la promesa de que volveríamos en alguna oportunidad, Jorge con su sonrisa permanente nos dijo que las puertas de su casa estarían siempre abiertas para nosotros. Yo me quedé pensando… que linda la vida de Jorge y Norma, que le piden a Dios conformarse con lo necesario, porque están convencidos que la verdadera riqueza está en el amor y los amigos y no en el dinero…es para pensar….

Fue tan grande la emoción cuando ya de regreso en mi casa, el día 3, recibo las fotos que me enviaba Norma, con la Virgen del Valle luciendo su hermoso vestido y su capa, confeccionado por sus manos.

Angastaco es un lugar de viñedos, en Pueblo Viejo visitamos la bodega familiar «Del Cura Juan», una casona de más de 200 años,  con gruesos pilares en la entrada que sostienen su  galería de cañizo que dejan ver el paso del tiempo, cuando entramos al patio, nos asombra el tamaño de las viejas vasijas que están  arrumbadas en ese lugar.

En esa pequeña bodega producen vinos caseros totalmente orgánicos, tinto, torrontés, rosado y especialmente  Mistela.

Juan Bautista Cruz y su mamá nos recibieron, nos contaron que son unos de los primeros bodegueros del Valle, que por generaciones han continuado ese legado familiar.

A 7 km de Angastaco, por la ruta 40, está Finca del Carmen, enclavada en los márgenes del río Calchaquí, rodeada de la imponente y árida Quebrada de las Flechas, que contrasta con un valle verde y fértil . Historia, tradición y cultura milenaria atesoran la  antigua finca. Allí se encuentra la capilla  construida en 1780 que fue la primera Iglesia fundada en la zona y un pequeño museo con herramientas de agricultura antiguas. Finca del Carmen cuenta con habitaciones de hotel, dos cabañas y un restaurante de comidas regionales, además de su propia bodega. Un lugar con vistas realmente espectaculares.

En la oficina de Turismo, Patricia López,  nos contó las historias que tiene ese pueblo salteño, de gente amable y preocupada por mantener sus raíces, con orgullo nos hablaba de las bellezas naturales que lo rodean, enamorada de su terruño.

Angastaco es un bello lugar para visitar, no debiera ser sólo un lugar de paso, es recomendable una estadía mínima de tres días para poder disfrutarlo. Tiene una Hostería Municipal, frente a la Iglesia, que es realmente un hermoso edificio, cómodo y confortable para el turista.

GALERÍA DE FOTOS

Viejos toneles. Bodega «Del Cura Juan»

 

Deje su Comentario
Seguir por correo electrónico
Facebook
YouTube
Instagram
WhatsApp