Una localidad Catamarqueña a 83 kilómetros al norte de la cabecera departamental de la ciudad de Belén. Se accede por la ruta provincial 43.
Fue increíble ver las teleras con sus hábiles manos realizando prendas maravillosas. Trabajan la lana de oveja y llama, tejiendo pullos, ponchos, ruanas u otras prendas. En el Salón Artesanal Municipal nos recibieron con tanta humildad y amabilidad y nos mostraron el encanto de sus trabajos.
Recorrimos sus calles y las encontramos en sus patios, en silencio, con sus manos curtidas moviéndose con tanta ligereza, haciendo hebras interminables desde los vellones. Allí hilan la lana, la tiñen y luego tejen en telares largos pullos, un trabajo ancestral y maravilloso, lo hacen en silencio y uno ve sus manos moverse con tanta habilidad, entrelazando la lana y sus sueños, quizá también el deseo de que su trabajo sea valorado y remunerado como lo que realmente es; una obra artesanal maravillosa, heredada de sus antepasados. Es imposible no sentir un inmenso respeto y admiración por su quehacer.
Camino a las Minas del Culampajá
Ramón Romero nos pasó a buscar por la Hostería Municipal, un lugar tan agradable y sencillo que mucho sumó al disfrute de nuestra estadía. Subimos a la camioneta y comenzamos a recorrer un camino entre montañas, cruzábamos ríos donde la huella se hacía dificultosa en partes, pero el paisaje que nos rodeaba se llevaba toda nuestra atención.
Hicimos un alto en una apacheta para colocar una piedra, es la ofrenda a nuestra Pacha Mama, y lo hacen todos los que pasan por allí. Desde la caja de la camioneta con el zoom de la filmadora, Ezequiel pudo divisar dos personas que caminaban a lo lejos, como eran imperceptibles al ojo humano, nos aclaró: «una trae una gorra roja». Continuamos el camino y de pronto asomando desde una pronunciada subida vimos dos mujeres, una niña adolescente y para nuestra sorpresa una mujer con un embarazo avanzado. Traían unos bolsos pequeños y una botella de agua, la expresión de alivio en ese rostro moreno me quedó grabado, dijo venir de un pequeño poblado y estar muy cansada, habían salido a las 11 de la mañana…eran las 5 de la tarde. La niña dejó la botella de agua debajo de un arbusto y subieron a la camioneta, nosotros fuimos en la caja. La inmensidad del paisaje y la situación nos hacía pensar en este hermoso país, tan grande, con tanta diversidad cultural y en lo importante que es llegar a esos lugares y conocer su gente, sobre todo para quienes vivimos en centros urbanos o cerca de ellos con realidades tan distintas. La camioneta siguió el camino regresando a Corral Quemado al atardecer. Pensaba que hay una casualidad, o (para los creyentes) que Dios te pone en un lugar, en un momento exacto, creo que a nosotros nos puso en ese camino, en esa soledad para aliviar un poco la larguísima caminata de esas mujeres…
Allí también visitamos el almacén de Marcelino Ríos, la histórica casona rosada, con más de 100 años de antigüedad que aún se conserva intacta, a la que Don Jaime Dávalos inmortalizara en su maravillosa Zamba de los Mineros, y que el Cuchi Leguizamón le pusiera la música.
Ramón, el joven Director de Cultura, nos acompañó y nos dio detalles, y así fue que comprendimos la hermosa letra de la zamba, con su voz baja y pausada nos contó que Jaime Dávalos fue invitado por amigos mineros salteños que habían hecho contrato para explotar las minas de oro de Culampajá en Catamarca.
En una estanciera viajaron por Cafayate, Santa María y Hualfín hasta Corral Quemado, travesía que duraba un par de días. En Corral Quemado se quedaron en el almacén de ramos generales de don Marcelino Ríos. Los mineros partieron hacia la montaña y Jaime decidió permanecer allí el tiempo que durara la misión. Cuentan que el paisaje, las historias del oro que contaban los parroquianos que llegaban a la pulpería de Marcelino y el rico vino morado, lo fueron inspirando para escribir la zamba.
Se dice, que después de unos días de estadía la cuenta de lo consumido era abultada y que cuando ya se volvían a Salta, Marcelino se encargó de recordarles lo que le debían, Jaime lo miró y le dijo: «Cómo me vas a cobrar si la canción que voy a escribir en tu honor te va a hacer famoso». Pero parece que Don Marcelino, hombre práctico, hizo caso omiso a la supuesta futura fama y cobró de todos modos.
Nos fuimos con el sol asomando entre los cerros escuchando la hermosa versión de Bruno Arias, la melodía sonaba y los versos del inmortal Jaime Dávalos se acomodaban en mi mente como piezas en un casillero…
” La zamba de los mineros
tiene solo dos caminos
morir el sueño del oro,
vivir el sueño del vino.”

















































