En ese afán de andar caminos, de encontrar historias de gente común, que lucha día a día y habita diferentes rincones de nuestro país, es que llegamos a este lugar.
Por la ruta 68 que va desde Cafayate hacia la ciudad de Salta, a diez kilómetros aproximadamente, está la ruta 44, una ruta de ripio, en muy buen estado, que une la 68 con San Carlos y corre paralela a la 40.
Decidimos ingresar por ahí y apenas unos pocos kilómetros, nos encontramos con un cartel, como el paisaje que lo enmarcaba, sencillo y hermoso. Allí se leía «Sendero Calchaquí», detuvimos la marcha y entramos.
Lo que vimos ya nos impactó sobremanera, en el centro una edificación con forma de capilla vidriada, donde se podían ver distintas advocaciones de la Virgen María e imágenes de Jesús.
Detuvimos el auto y nos recibió Walter. Con una sonrisa amplia nos dio la bienvenida al lugar, nos contó de su finca, del trabajo puesto en ese emprendimiento turístico familiar, nos ofreció un lugar para hospedarnos y nos invitó a vivir la experiencia de hacer una cabalgata por el corazón de los Cerros Calchaquíes. No lo dudamos un instante… el lugar era sencillo, acogedor, impecable.
No perdimos tiempo en bajar el equipaje, queríamos disfrutar del paisaje que nos rodeaba, era casi el atardecer, los rayos del sol comenzaban a caer en el horizonte y daban a los cerros tonalidades naranjas con algunas sombras que sentíamos la necesidad de guardar en la retina. Vimos como Mirta, la madre de Walter con paso lento se dirigía a encender las luces de esa pequeña capillita y en profundo silencio quedarse allí parada, seguramente sumida en sus oraciones.
Era la hora que las cabras regresaban a la finca y ese era otro espectáculo que no nos queríamos perder, esa tarea estaba a cargo de León, el pequeño hijo de Walter. Con ayuda de sus dos perros Cacique y Duquesa, dos Border Collie, que con maestría ayudaban a León en la distribución de las cabras en los corrales, en uno las de ordeño, el resto en otro.
Era fascinante ver esa tarea. León con sus 10 años, nos cuenta que va a la escuela de Corralito, que cría conejos, que le gusta trabajar con los cueros. Emociona ver a ese niño que ama lo que hace, que ama su lugar, que vive en armonía con la naturaleza. Lo escuchamos con respeto y atención, es un niño lleno de sabiduría, de ternura, ojalá la vida siempre le conserve su sonrisa, esa mirada que ve con asombro los lugares que habita, el amor por su terruño. Creo adivinar como será la vida de León…
Nos instalamos en cómodas habitaciones. La noche con su magia nos regalaba otro entorno, un cielo tan intenso que parece que las estrellas están ahí, al alcance de la mano. Walter encendió el horno a leña y nos hizo unas pizzas increíbles que degustamos bajo ese quincho de adobe. Con la música de Jacinta Condorí, la Cafayateña que nos regalaba desde el equipo de sonido, su voz suave en hermosas canciones, pudimos disfrutar de esa noche en Corralito.
Temprano, a la mañana siguiente pudimos ver el ordeño de la cabras, esa tarea estaba a cargo de Estrella, la esposa de Walter y Juana su vecina. Esa leche estaba destinada a la elaboración de quesos que ellos mismos producen.
La familia de Sendero Calchaquí es maravillosa, son todos piezas fundamentales de un engranaje que hacen de ese emprendimiento un lugar mágico.
Walter, su esposa Estrella, su hijo León y su pequeño universo, como él mismo lo llama, sus tres hermosas niñas, Luna, Sol y Luz. Su hermana Ely, la encargada de la huerta y de elaborar exquisitos dulces, conservas y escabeches, su mamá Mirta, que cuida del jardín, amasa panes caseros y hace increíbles empanadas.
En esa mañana de sol radiante, disfrutamos de un abundante desayuno.
Fidel, León y Walter ensillaban los caballos y allí partimos. Once personas hicimos la cabalgata, primero por una llanura rodeada de cerros hasta que comenzamos a internarnos por el Cañón del Colorado del Cerro «El Zorrito».
En un momento no pudimos avanzar más, bajamos de los caballos que quedaron a cargo de Fidel y comenzamos a caminar por pasadizos angostos entre los cerros hasta llegar a una cueva. De pronto, Agustina, una niña hermosa, reina de la Vendimia de Animaná que era parte del grupo, comenzó a cantar «Fuego en Animaná» su voz en esa acústica natural hizo de ese momento algo sublime, que creo que quedará para siempre en el corazón de cada uno de los que estábamos ahí.
Cerca de las dos de la tarde, llegamos a la finca, allí nos esperaba una picada de productos caseros y después del brindis, una mesa redonda, enorme, con impecable mantel blanco nos invitaba a rodearla y compartir unas ricas empanadas y un cabrito que Ely había asado a fuego lento, mientras nosotros hacíamos la cabalgata.
La sobremesa fue extensa. En ese lugar se respira paz, logramos establecer un vínculo hermoso, buena energía flotaba en el aire.
Con las imágenes podremos mostrar algo de lo que es Sendero Calchaquí, lo que no podremos mostrar es lo que se siente allí, la buena vibra, la armonía, estar en contacto pleno con la naturaleza en esa casa de campo entre los Valles Calchaquíes Salteños, los artífices de eso son la familia Cardozo, que ofrecen todo, para que uno pueda disfrutar y sienta el deseo de volver… regresaremos para la cabalgata nocturna con luna llena…




























































































