Con nuestros deseos permanentes de encontrar sitios e historias nuevas, llegamos hasta la provincia de Entre Ríos, más precisamente a la bella Federación. Un lugar que conmueve tan profundamente, sus espacios verdes, sus calles arboladas, su río, su limpieza, sus Termas y sobre todo la cordialidad de su gente. Gladys y Ramón nos hospedaron en su hermoso complejo de cabañas «Las Veletas», donde los colores abundan y la atención es destacable.
Fuimos hasta la ciudad vieja, justo hasta allí… donde el agua, que ahora es su dueña, lo permite, y ahí uno se queda mirando…imaginando tantas historias, y piensa en esto del morir y el renacer. Una ciudad que para darle lugar al progreso tuvo que resignarse a ser olvido y quedar sumergida para siempre bajo las aguas del río.
Preguntamos quien nos podía contar un poco más, lo que había pasado con la ciudad de Federación ya lo conocíamos, queríamos saber sobre las sensaciones de sus protagonistas. Nos llevaron a visitar a Dina Rosa Burna, alguien que había sentido en carne propia el desarraigo. Dina nos acompañó, y en esa oportunidad el agua nos regalaba la posibilidad de dejar al descubierto algo de lo que fue la ciudad. Caminamos por donde podíamos, nos embarramos las zapatillas, pero eso no importaba en absoluto, estábamos en otro lugar y en otro tiempo. Dina con una voz suave nos iba contando historias, tomaba desde el suelo un trocito de azulejo verde y nos decía: «Este era el baño de la casa de los….». Se orientaba y nos iba ubicando; donde estaba la heladería de la calle del centro, donde ella y sus amigas se juntaban en las tardes, la estación de tren, la plaza, la iglesia y cada lugar de referencia. De pronto miró a lo lejos una calle que asomaba una parte en el agua y se volvía a sumergir, la señaló y dijo: «Allá al fondo estaba mi casa, nunca más pude llegar hasta ella».
Nos relató como se hizo la distribución y el sorteo de las casas, la mudanza, que la gente sacaba sus pertenencias a la vereda, venían los camiones y los trasladaban a la nueva ciudad. Muchos muebles antiguos de estilo español no entraban en esas viviendas nuevas de techos mucho más bajos, y ahí llegaron los coleccionistas de antigüedades, eso es otra historia…
Nos dijo que se vivió el mismo hecho de distinta forma, el entusiasmo de los jóvenes, la tristeza de los adultos, la resistencia a dejar el lugar de los más viejos. Se iban a una población a medio construir. Se iban a una ciudad sin árboles, sin pájaros, sin flores, Dina decía con voz nostalgiosa que les habían robado una primavera.
Después fuimos a visitar el museo fotográfico y pudimos ver en imágenes algo de lo mucho que Dina nos había contado.


Cuando se atraviesa el puente para volver, todo queda del otro lado, pero los recuerdos están ahí, imborrables en el corazón de quienes fueran sus habitantes, obligados a abandonar su lugar y comenzar de nuevo. Que haya sido una necesidad la construcción de la represa Salto Grande, no atemperaba la tristeza y el desasosiego de dejar parte de sus vidas enterradas bajo el agua junto a los escombros. Cada tanto el agua baja y como un regalo, les permite a sus habitantes llegar y hasta caminar por donde estuvo la ciudad.
Ahora es esta Federación nueva…tan viva…tan pujante…tan hermosa, uno piensa en eso de las segundas oportunidades y no puede dejar de admirar su gente. Ellos sí que saben de no bajar los brazos, de mirar adelante, de empezar de nuevo.
Uno se va de los lugares con las emociones a flor de piel. Venía por la ruta, como un susurro a lo lejos me llegaban los versos de la magnífica composición de Juan Pintoreli y Osvaldo Chavez, que con su voz grave cantaba en la peña del restaurant…
«Si pudiera ser como el ñandubay,
echar mis raíces y quedarme siempre en este lugar…»
Volvimos en otras oportunidades, donde el río caprichoso no nos permitió ni acercarnos a la vieja ciudad, solo ver desde la orilla una gran masa de agua que tapaba todo.
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