Era agosto…los lapachos explotaban de color en Catamarca anticipando la primavera, el sol en ese cielo tan azul entibiaba el día y el alma.

Cruzamos la hermosa Quebrada de la Cébila por las Sierras de Ambato en el límite de Catamarca y la Rioja y llegamos hasta Pomán, con toda la belleza y la paz de los pueblos Catamarqueños. Caminamos sus calles y comprendí entonces al Polo Giménez. Imaginé su necesidad de escribir aquella memorable composición – «Del tiempo I`Mama”- que describe con tanta precisión el lugar y seguramente su tiempo de niñez…

El viejo patio que da al callejón,
la galería, el aljibe, el rosal,
la pajarera, la hamaca, el malvón,
me llevan siempre en el recuerdo a mi pago i’Pomán.

 

Visitamos Rosario de Colana, a escasos 10 kilómetros de allí. Un pueblito de 300 habitantes emplazado entre las montañas y quedamos asombrados frente a la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario,  una construcción atípica para el pueblo, en relación con las otras iglesias. Según nos contaron Carlos, el delegado Municipal de Colana y Ricardo, el Secretario de Cultura de Pomán, cada bloque para su construcción había sido cortado en forma manual por los picapedreros, un oficio ya hoy inexistente, queda, según ellos, uno sólo en la zona. Cuando uno se acerca y toma la dimensión de que la piedra fue cortada con punzón y que cada orificio fue realizado artesanalmente, entiende porque tardaron 32 años en construirla.

Pomán está rodeada de nogales y olivos. Héctor y Flavio nos acompañaron en caminatas por los cerros, fuimos hasta la confluencia de los ríos Simolar y el Durazno, increíblemente, las aguas del Simolar son más calientes que las del Durazno. Cuando ambos afluentes se juntan, forman el río Pomán.

Subimos hasta donde está la imagen de la Virgen de Fátima. Allí nos quedamos…en silencio, con la tibieza de la tarde y disfrutando de ese paisaje maravilloso que se extendía ante nosotros.

Emma Acosta nos recibió en su comedor “Albert” junto a sus hermanas y sobrinas que le ayudaban en la cocina. Nos contó de su vida, de su madre viuda tan joven, que con tanto sacrificio crió y educó a todos sus hijos. Emma quiso probar suerte en la Capital Federal, lo intentó, pero como ella misma cuenta, su nostalgia provinciana pudo más, y allí volvió a su terruño, a su entrañable Pueblito i`Pomán.

En su patio está el horno de barro, el fogón y la paila donde hacen sus dulces y mermeladas. Vimos esas mujeres con manos hábiles preparar exquisitas comidas regionales.

En las paredes desnudas de su sencillo comedor, pintadas de impecable amarillo, había un cuadrito con la imagen del rio Sena y de fondo la Torre Eiffel, pensé que poco tenía que ver con el entorno, al rato y siguiendo la conversación, Emma me cuenta que ese cuadrito que se veía ahí, se lo había regalado un turista francés que  encantado con su comida, había querido agradecer de algún modo. Siempre…o casi siempre las cosas tienen una explicación, y a veces simplemente llega sin que uno la pida o pregunte…

Nos despedimos con la invitación a volver en el mes de enero, para las festividades de San Sebastián, el Patrono del Pueblo. Karina Perea nos cuenta que la Villa tiene una tradición milenaria basada en la gran fe cristiana de los habitantes, que comienza a partir del día 10, cuando desde la capilla del Puesto Piedra Parada, en lo alto de los cerros de Pomán, hacen la bajada de los Santos (San Sebastián y San Roque) acompañados de músicos, hasta el centro de la Villa. Las festividades culminan el día 20 con un gran festival.

Dios permita que podamos compartirla, porque el entusiasmo que transmiten en contar lo que estas fiestas significan para ellos, nos agiganta el deseo de vivirla junto a este pueblo de gente amable y cordial.

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