Partimos muy temprano desde Angastaco hacia Seclantás por la maravillosa ruta 40 con su ripio y sus innumerables atractivos. Los rayos del sol que recién asomaba, daba a los cerros diferentes colores y matices. Las ganas de detenernos en cada lugar y fotografiar las maravillas que ofrecen los Valles Calchaquies, tuvieron que ser reprimidas, habíamos demorado más de lo previsto. Aunque el ripio estaba bueno, había tramos con los conocidos «serruchos» y nos vimos obligados a bajar la velocidad y hacerlos muy lentamente. Inclusive eso, nos hizo admirar aún más la belleza que nos rodeaba.
Cerca de las 9 de la mañana llegamos a la plaza del pintoresco pueblito de Seclantás, en Salta.
Allí nos esperaba atento Tavo Aban, el baqueano de la zona que nos llevaría hasta las Cuevas de Acsibi, como habíamos acordado previamente por teléfono.
Pusimos unas botellas de agua en la mochila, Ezequiel cargó todo el equipamiento, con el entusiasmo que le genera saber que va hacia lugares que podrá registrar con sus cámaras. Pura adrenalina y amor por lo que hace.
Subimos a la camioneta y comenzamos a andar… una huella apenas, Tavo con maestría nos conducía por una senda, cruzamos el Cardonal, era fines de noviembre y esa multitud de cardones altos, erguidos, legendarios, habían comenzado a florecer. Sus flores blancas nacaradas eran algo tan increíble, que era imposible no detenernos a sacar fotos, la sutileza de las flores en ese paisaje agreste era maravilloso.
Continuamos un rato más hasta llegar a un punto donde ya no se podía seguir en el vehículo. Tavo agarró su mochila con 5 bananas, que serían nuestro alimento, y dos botellitas de Gatorade, y ahí comenzamos la aventura de caminar. Subimos hasta la cresta del cordón Los Colorados, tomar aire, mirar…mirar esas montañas majestuosas, ese respeto que uno siente en esos lugares por la naturaleza, por la creación.
Tavo me explica, me señala esa inmensidad y me dice que desde los 8 años camina esas montañas, me cuenta anécdotas de travesías por esos lugares con su abuelo, sus padre y su hermano. Yo camino…a veces a su lado, otras veces detrás, cautivada por sus relatos, su conocimiento, su amor al lugar…Ezequiel detrás en silencio, tratando de capturar en su máquina tanta belleza.
Comenzamos a descender la montaña ayudados con sogas hasta el lecho del río, el sol es abrazador en esa época del año. Caminamos por ese pedregullo, rodeados de montañas altísimas con colores y formas distintas, hasta encontrarnos en unos totorales, lo único verde que veíamos desde hacía unas horas. Tavo se detuvo, se paró frente nuestro y nos dijo; – Estamos en la puerta del Cañón a las Cuevas-.
Continuamos, caminábamos sobre una arena más fina, caliente por el sol. De pronto unos pasadizos en zig-zag, los cruzamos en fila, agachados…y ahí estábamos, en el corazón de las Cuevas de Acsibi, formas extrañas, que bajaban desde lo alto, de esas montañas imponentes, rayos de luz que se filtraban y producían una lluvia de arena dorada. Cuevas altísimas, uno no puede imaginar que existan sitios así, y creo que nuestra geografía, seguramente tendrá todavía lugares preservados, inhóspitos, secretos, que los humanos aún no llegaron a descubrir.
Hicimos sobrevolar el drone, Tavo estaba entusiasmado de ver imágenes de lugares, que con sus casi 70 años, nunca había podido llegar.
Estuvimos un rato disfrutando esa soledad, esa maravilla y luego lentamente emprendimos el regreso bajo la mirada atenta de Tavo, que nos aconsejaba; -no cansen los músculos, paren, tomen aire-
Regresamos después de 6 horas a la camioneta, nos quedaba el último tramo, lo hicimos casi en silencio. Yo lo miraba a ese hombre conducir y pensaba, que a pesar de su edad caminaba la montaña con la energía de un joven, con tanto respeto, amor y cuidado por su lugar, por la naturaleza. Es imposible que algo no cambie dentro de uno, después de esa experiencia.
Llegamos hasta Seclantás y nos llevó a visitar las tejedoras. A la casa de Paulina Canavides, quien amablemente nos recibió. En su patio pulcro, prolijo, había tres telares, allí se realizan mantas, ponchos, alforjas, chales, caminos de mesa. Paulina nos muestra los trofeos ganados por sus obras de arte. Se pone a tejer en su telar, con paciencia nos muestra como lo hace, la habilidad de sus manos, la delicadeza de esa prenda es asombrosa, Entre 8 a 10 horas de trabajo diario durante 10 días, le lleva terminar un poncho.
En los otros telares trabajan su hijo y su hermana, y se le nota el orgullo de continuar con la labor de sus antepasados, la técnica enseñada de generación en generación.
No son necesarias las palabras, sólo hay que mirar sus manos y la expresión de su rostro.
Tavo nos dejó en el mismo lugar de la partida, ya era el anochecer. Fue tan intenso, tan afectuoso el abrazo de despedida, que no necesitamos casi palabras. Nos hizo prometer que volveríamos para hacer noche en la montaña y llegar al Cráter de Los Cóndores. Ojalá Dios y la vida nos permita hacerlo, por lo pronto, ya estamos más que satisfechos y agradecidos al universo por la posibilidad de conocer a Tavo Aban, sus relatos y junto a él, las increíbles Cuevas de Acsibi.
Subimos al auto, extenuados pero felices rumbo a Molinos, allí nos esperaba otra historia….
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